Recordemos



Bueno, recordemos. Recordemos cuando escribí mi primer relato serio, hace unos 3 años. Como pasa el tiempo :"). Bueno, allá va el relato:

BAJO LA LLUVIA

“Dotzawer”. Ese era el nombre que estaba escrito en aquel árbol. Estaba grabado con un rotulador permanente, que con el tiempo se había ido borrando. Aquel nombre me traía a la mente un recuerdo lejano.
FLASHBACK
 Yo estaba en el parque, montada en el columpio, cuando de repente apareció una mujer joven, rubia y con la cara blanca del miedo. Se acercó a mí y me preguntó:

-       ¿Has visto a un niño pequeño, con el pelo moreno y unas gafas?
-       No. – Respondí yo con un hilo de voz.

La mujer salió corriendo de allí, hacia la vía del tren. Lo único que recuerdo fue que antes de lanzarse al vacío, gritó un nombre, ese nombre: Agustin Dotzauer.

FIN DEL FLASHBACK

Ahora que lo leía ahí, en ese árbol, mi cabeza se llenaba de preguntas: ¿qué pasó con la mujer? ¿Era su hijo al que buscaba? ¿Dónde estaría Agustin ahora?

Me fui a casa pensativa. Al llegar, mi madre me esperaba con un plato de sopa caliente. Me la tomé y me fui a dormir. Aquella noche nevó. A la mañana siguiente, me levanté un poco tarde. Me apresuré a vestirme y me fui al instituto. Andaba con dificultad por la nieve. Llegué con el tiempo justo. Al llegar a clase, me senté en mi sitio, y empezamos con la clase de matemáticas. Entonces, fue cuando la puerta de la clase se abrió, dejando pasar a un chico bajo, con el pelo moreno y unas gafas algo rotas. La nieve le había causado unos labios morados. Aquel chico era nuevo. Pero no sólo nuevo en el instituto, sino también nuevo en el pueblo. Nunca lo había visto antes, sin embargo, tenía la impresión de que lo conocía. Se presentó a la clase. Se llamaba Agustin. En aquel momento, no me di cuenta de que aquel chico me iba a traer problemas, muchos problemas. El profesor le dijo que se sentara en un pupitre vacío. El único sitio era junto a mí. Se sentó y al fin empezamos. Estuve toda la clase mirando a aquel chico. Era algo raro. Estaba todo el rato dibujando en su bloc de notas. Tenía curiosidad por saber lo que dibujaba, pero no pude verlo. Por fin, acabé la clase de mates, cogí unas monedas de una mochila y me fui a la cantina.

Cuando acabó el recreo, tocaba francés, y después, me fui a mi casa. Aquella tarde salí a dar una vuelta por el pueblo.

Cuando llegué a la plaza, me encontré a aquel chico, Agustín. Estaba sentado en un banco, con la libreta en las manos. Me acerqué a él y comenzamos una conversación:

-       Hola, me llamo Kat . Tú eres Agustin, ¿verdad? – saludé yo.
-       Sí, soy yo – respondió él sin  quitar la vista del cuaderno.
-       ¿qué estás dibujando?

Entonces , vi un brillo en sus ojos. Empezó a contármelo todo:

-       Estoy dibujando una fábrica de trenes. Lleva ya abandonada varios años. Llevo buscándola desde que era un niño pequeño.
-       Yo te puedo ayudar a buscarla – le dije yo sin pensar.
-       ¿De verdad? – él se me quedó mirando, ensimismado.
-       ¡Claro! – le respondí.

Entonces fuimos en la búsqueda. Cuando llevábamos un rato, él me dijo que quería enseñarme algo. Yo acepté. Me llevó hasta un lugar que no había visto en mi vida. El prado parecía no acabar, cubierto de flores. Además, el atardecer se veía precioso desde allí. Agustin me cogió de la mano y juntos, fuimos a acostarnos en las flores. Él cogió una margarita y me la puso en el pelo. Yo sonreí, y después de pensarlo un rato lo supe. Estaba enamorada de aquel chico de ojos verdes. Se hizo tarde, y él se tenía que ir. Pero, antes de que se fuera, le di un beso en la mejilla, como para darle las gracias.

Al día siguiente, Agustin y yo salimos juntos del instituto para investigar sobre la fábrica. Descubrimos que el propietario había muerto en la cárcel, porque uno de sus trenes había atropellado a una mujer. Mientras él estaba en la cárcel, la empresa se había hundido y había cerrado. Además,  una vecina les había dicho que la fábrica estaba en las afueras, en un polígono industrial. Pensábamos que estábamos ya cerca del objetivo, pero estábamos muy equivocados. Pasaron varias semanas, y no dábamos con el polígono. Parecía que no quería que lo encontrásemos. Y ya, justo cuando estábamos a punto de perder la esperanza, dimos con la tecla. Encontramos la fábrica a dos o tres kilómetros de donde nos habían indicado. Decidimos visitarla el sábado por la mañana a la luz del sol.

Cada vez que hablaba con Agustin de ello, se ponía muy nervioso, como si tuviera miedo. Cuando se lo pregunté, él respondió:

-       Mi madre no me dejaba ir, decía que la fábrica estaba maldita, que una vez que entras, te hipnotiza y ya no puedes salir de allí jamás. Una vez me escapé de casa e intenté entrar, pero era tan pequeño que me perdí. Cuando conseguí volver a casa, ella ya no estaba. Me quedé huérfano y una pareja me adoptó. Desde aquel día no he parado de pensar en  la magia de aquella fábrica. – Cuando terminó de decir esto, añadió – lo hago por ella, por mi madre. – y al decir eso, una lágrima se deslizó por su mejilla. Le abracé y él me devolvió el abrazo.

Aquella tarde estuve meditando y de repente, todo me cuadró. La madre de Agustin era aquella mujer pálida que me preguntó por el niño hace tantos años. Él se había escapado y su madre le buscaba. Cuando le dije que no lo había visto, perdió los nervios y se lanzó a la vía del tren para que cerraran de una vez esa fábrica. Cuando Agustin volvió, su madre no estaba ,porque había muerto.

Llegó el sábado. Estaba lloviendo. Aun así, Agustin pasó a recogerme. Cogí una mochila y un paraguas. Cuando llegamos a la puerta me estremecí. Era aterradora. Yo entré primero. Por dentro era grande y húmeda, y había goteras. Las ventanas dejaban muy poca luz, así que encendí una linterna. Después entró Agustín. Se quedó asombrado con tantos engranajes oxidados y máquinas. Nos sentamos y estuvimos allí toda la tarde, hasta que fue la hora de irse.

-       Agustin, nos tenemos que ir.
-       No.- Respondió él.

Entonces lo supe. Supe que no iba a verlo nunca más, porque él estaba destinado a ese futuro, se iba a quedar allí. Porque su nombre estaba escrito en aquel árbol,pero el mío no. Esa era la última vez que lo vería. Pero antes de irme, me moría por hacer una cosa, y no me iba a ir sin hacerla. Cogí a Agustín de la mano y me dirigí a la puerta, aunque él se negaba. Cuando estuvimos fuera, bajo la lluvia, a punto de separarnos, sólo entonces ocurrió. Mis labios se pegaron a los suyos. Al principio me resultó raro, pero después sentí una gran sensación de calidez. Sentí que no se volvería a repetir. Después, salí corriendo de allí. Me paré en el parque, porque estaba mojada, cansada y además quería comprobar una cosa. En efecto, el nombre de Agustin seguía grabado allí. Lo rocé con mis dedos mojados. Entonces me di cuenta de que aquel árbol era el que decidía quién estaba destinado a vivir en la fábrica. De repente lo vi todo claro. ¡Sólo tenía que escribir mi nombre! Saqué un rotulador y empecé a escribirlo, pero no me dejaba. La lluvia lo borraba. Desesperada, me tiré al suelo, no me importaba mancharme. Empecé a llorar y, sin darme cuenta, me dormí.

A la mañana siguiente estaba en mi casa, no sé cómo. Primero pensé que había sido una pesadilla, pero luego vi los rasguños que tenía en el brazo, y supe que mi madre me había traído a casa. Desayuné y me vestí. Intenté con todas mis fuerzas olvidarme de aquel chico, de Agustin, pero no pude. Aunque con el tiempo se fue borrando de mi memoria, yo sabía que seguía en mi corazón.

Han pasado los años desde que ocurrió aquello. Ahora yo tengo mi familia y mi hogar. Vivo muy feliz en mi antiguo pueblo y, los días de lluvia, me quedo en casa para no correr riesgos. Sin embargo, el otro día, al pasar por aquel árbol, vi que había otro nombre junto al de Agustín. Aunque era difícil de ver, porque estaba borroso, supe que ese nombre era el mío.

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Catnip.